
Estos individuos que perpetran cobardemente estos crímenes, suelen aparecer de cuando en cuando, en diferentes sitios, pero siempre con la misma crueldad. Seguramente desconocen que ponen en peligro a muchos otros animales, y, lo que es peor a niños, especialmente en esas zonas tan pobladas. En menos de 8 horas más de cuarenta perros han muerto en medio de patéticas convulsiones, a la vista de sus dueños, en muchos casos, los propios dueños de las mascotas, casi siempre niños llorosos, que no pueden comprender que su compañero de correrías esté muriendo a su vista, con lastimosos y agónicos ronquidos.
No se puede pedir que movilicen patrulleros para tratar de atrapar a este o estos cobardes que se ocultan en la sombra nocturna, pero sí advertir de la peligrosidad latente para niños y llamar la atención sobre un hecho puntual que parece no ser una mera coincidencia en un barrio en general pobre, donde lo que hay para robar es muchas veces menos que nada.
En estos barrios, los perros no son un adorno. Son vigías celosos, y amigos fieles. Cuando los matan, resucitan los silencios.
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